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Esculturas de Miró: el alma de los objetos

¿Cuánto sabes sobre la pintura del s.XX?

Las esculturas de Miró constituyen un universo paralelo a la obra pictórica del artista catalán, un mundo en tres dimensiones que complementa sus magníficos lienzos.

El mundo de las esculturas de Miró está formado por imágenes inquietantes y oníricas, que tienen sus raíces en el surrealismo pero se desarrollan en el universo único y personal de artista. Desde su primera obra en tres dimensiones, creada en 1928, hasta sus figuras monumentales de principios de los ochenta, Miró generó una vasta producción escultórica que alcanzó reconocimiento mundial. Hoy, el imaginario particular del artista catalán no se comprende sin estas obras esenciales.

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Objetos encontrados: el origen de las esculturas de Miró

Joan Miró llegó a la escultura a partir de los objetos. El concepto de object trouvee (objeto encontrado), creado por Marcel Duchamp y abrazado con entusiasmo por los surrealistas, subyace en el origen de sus piezas. El artista catalán fue un gran acumulador que guardaba y atesoraba cientos de objetos; objetos cuya tridimensionalidad y significado le empujaron a ver más allá del lienzo, y que culminaron en obras tan reconocidas como Cabeza y pájaro (1966) o El reloj del viento (1967). En palabras del propio Miró: “quiero hacer esculturas enormes, y me preparo acumulando cosas en mi estudio”.

 Con el tiempo, las “cosas” iban adquiriendo un alma propia para terminar convirtiéndose en mujeres, pájaros, personajes salidos de un sueño (o de una pesadilla) y máquinas imposibles, estáticas y permanentes.

El “choque poético” o la pasión por la simbiosis

Miró sentía auténtica pasión por los objetos, así como por la combinación de elementos distintos. Es una característica común a los artistas del Movimiento Surrealista, descrito por André Breton como “el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de operaciones”. Este tipo de desencuentros, tan queridos por el artista catalán y a los que llamaba “choques poéticos”, se ve reflejado en las esculturas de Miró durante toda su carrera. Sus primeras esculturas datan de los años 20, mientras que la últimas la proyectó en 1982: a través de su mirada, los objetos y las formas que se combinan en sus obras generan nuevos “seres” que despiertan los sentidos.

Imagen: Escultura de Joan Miró en la Fundación Maeght (Saint-Paul-de-Vence, Francia).

Simbología: mujeres, pájaros y estrellas

Los temas que Joan Miró desplegó en su trayectoria como escultor están directamente relacionados con los que encontramos en su obra pictórica. La mujer como misterio y como vertiente espiritual de la figura humana se alía con los pájaros, que le ayudan a despegarse de la Tierra. Las estrellas, el sol y la luna aparecen también en el lenguaje simbólico de las esculturas de Miró. Y la combinación de distintos símbolos da lugar a personajes casi mitológicos, destinados en muchos casos a la monumentalidad. Es el caso de la famosa Dona i Ocell (Mujer y Pájaro, 1983), la última de las esculturas de Miró, que alza sus 22 metros de altura en el parque de Barcelona dedicado al gran artista catalán.

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Imagen: Dona i Ocell (1983).

La textura y el color en las esculturas de Miró

Gran parte del trabajo escultórico de Joan Miró se basa en la fundición. En los años 40 realizó sus primeros bronces, entre los que destacan obras como El reloj de viento (1967). Sin embargo, el artista nunca dejó atrás el color que tanto le interesaba y que aparece en piezas tan célebres como Jeune Fille s’évadant (1967) o L’Oeil attire les diamants (1974). Precisamente fue otro gran escultor, Alberto Giacometti, quien aconsejó a Miró que pintara sus obras de bronce, dando lugar a piezas como la inquietante Personnage (1967). 

La piedra, concretamente el mármol, fue otro de los materiales con los que el artista trabajó a lo largo de su vida. Obras como Oiseau (solar) y Oiseau (lunar),  pájaros atados a la Tierra e identificados con la esencia de lo masculino y lo femenino, tienen su representación en este material además de haber sido también fundidos en bronce.

Junto con el inagotable talento del artista, si algo brilla en la producción de esculturas de Miró es la enorme versatilidad que despliega. La diversidad de materiales, temas, formas, colores y conceptos es tal, que su obra escultórica solo puede equiparse con la de otro gran artista, Pablo Picasso. Una obra llena de sugerencias, mística y espiritual pero también terrenal, que a día de hoy sigue sorprendiendo y cuestionando al espectador.

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