Tanto en los medios de comunicación como en el ámbito académico existen muchas especulaciones alrededor de Salvador Dalí y Federico García Lorca. Ambos se conocieron en la Residencia de Estudiantes, junto con un grupo de jóvenes intelectuales que se darían a conocer como la Generación del 27, y desde entonces se mantuvo una estrecha amistad que se iría enfriando con el paso del tiempo.
Se ha escrito mucho acerca de una posible relación amorosa entre los dos artistas, actualmente podemos leer su relación epistolar y existen muchas biografías al respecto, pero también debería considerarse como un intercambio intelectual muy fructuoso. Sus discusiones sobre vanguardismo y el ambiente cultural de la Residencia dotaron de una buena base para una serie de colaboraciones artísticas y de obras dedicadas mutuamente.
Hacemos un breve recorrido por esta relación que, como dijo Dalí en una carta al director de El País, fue “un amor erótico y trágico, por el hecho de no poderlo compartir”.
Índice de Contenidos
La Residencia de Estudiantes: el primer encuentro
Dalí llegó a la Residencia de Estudiantes en el otoño de 1922, cuando obtuvo una plaza con 18 años para estudiar en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Lorca por aquel entonces tenía 25 y residía allí desde 1919, pero en ese mismo año tenía que terminar sus estudios de Derecho en su ciudad natal de Granada, así que no fue hasta un año más tarde que ambos se dieron a conocer. Tenían muchas pasiones en común, les encantaba la poesía de Rubén Darío y la cultura francesa, leían L’Esprit Nouveau y Valori Plastici y discutían apasionadamente sobre las últimas novedades artísticas del momento.
La Residencia era una institución pionera en el país, una especie de Oxford española que apostaba por las vanguardias y el intercambio cultural a partir de recitales, ciclos de conferencias y conciertos. Iniciarían un profundo diálogo con Luis Buñuel y Pepín Bello y juntos llevarían a cabo la representación teatral de Don Juan Tenorio, entre otros proyectos. A partir de las visitas del poeta granadino a Barcelona y Cadaqués, se forjaría una estrecha amistad con el famoso pintor de Figueres.
¿Más que una amistad?
Entre 1925 y 1928 ambos establecerían un intercambio artístico que les propiciaría una ampliación de recursos para su desarrollo como creadores. Algunos expertos en Dalí llaman esta época de formación como “etapa lorquiana”, y en ella llaman la atención su Naturaleza muerta (invitación al sueño) y Composición con tres figuras. “Academia neocubista”. Entre sus más estrechas colaboraciones con Lorca destaca El cuaderno de los putrefactos, un conjunto de láminas sobre personajes caricaturescos con textos del poeta granadino que critican a los artistas y académicos que rechazaban las vanguardias, a los que consideraban carroña.
Tanto uno como otro se dedicaron diversas obras: Lorca le regalaría la Oda a Salvador Dalí y el dibujo El beso, que simboliza a los dos artistas besándose, mientras que Dalí pintaría Los esfuerzos estériles, que representa el paisaje interior lorquiano. También se ayudarían entre ellos para promover sus creaciones, como en la exposición de Lorca en las Galerías Dalmau o en la publicación de sus dibujos en L’Amic de les Arts, Litoral y La Revista de Occidente.
Distanciamiento y muerte
La relación empezó a resquebrajarse con los diferentes caminos que tomaron en su carrera y sus discrepancias intelectuales. El cuaderno de los putrefactos no vería su publicación, Lorca no firmaría el Manifest Groc y la revista emprendida por el granadino, la revista Gallo, no contaría con la ayuda que se esperaba de Dalí, pese a su contribución con la portada. Entre 1928 y 1929 el pintor coquetearía con el círculo de los surrealistas, donde conocería a su futura esposa Gala, mientras que Lorca se mantuvo fiel a su estilo con El Romancero Gitano, que fue duramente criticado por Dalí y Buñuel, quienes se iban aproximando ideológicamente cada vez más.
Tras negarse a responder un examen sobre el pintor Rafael Sanzio, Dalí fue expulsado de la Real Academia de Bellas Artes y posteriormente abandonó la capital madrileña. En 1929 viajaría a París y poco después Lorca se iría a Nueva York, fruto de una crisis personal. Allí el poeta fue a ver Un chien andalou e interpretó el título como un insulto hacia su persona. A pesar de todo, volvieron a encontrarse en Tarragona en 1935.
Existen muchas leyendas entorno al pintor y de su recuerdo del poeta tras su asesinato en 1936. En su obra posterior hizo algunos cuadros en su recuerdo como Las metamorfosis de Narciso, Afgano invisible con aparición en la playa sobre el rostro de Federico García Lorca en forma de frutero con tres higos o El Enigma sin fin, pero su figura iría desapareciendo con la llegada de la nueva década. Al cabo de unos años publicó en Francia la oda que le dedicó el poeta y pintó el decorado de El Café de Chinitas, una obra basada en una canción popular de Lorca.
Esperemos que te haya gustado este artículo y que hayas encontrado interesante este vínculo tan singular entre dos de los artistas más eminentes del pasado siglo.
No hay comentarios
Todavía no hay ningún comentario en esta entrada.
Deja un comentario